Se llama huella de carbono (CO2) o Carbon Footprint a la cantidad de gases de efecto invernadero que producen las distintas actividades que realizamos. Tanto en el ámbito doméstico como en el industrial, rural, comercial, etc. Estos gases son los que producen el calentamiento global y empujan el tan temido cambio climático.
Los países desarrollados, siendo los mayores emisores de gases por su alto nivel industrial y de consumo, están comenzando a exigir a sus proveedores de todo el mundo que midan y bajen sus emisiones de CO2 o que tengan certificaciones “verdes” que garanticen procesos de producción limpios.
Por ejemplo, años atrás la bodega chilena Concha y Toro se vio presionada a medir los gases de efecto invernadero que producía cada una de sus botellas. El motivo fue no perder como cliente a Tesco, una gran empresa británica de ventas al por menor. Este proceso de medición es por demás complejo y debe analizar cada paso de la cadena de elaboración del producto. Sea del consumo de materia prima, energía y agua, como del embalaje y transporte de las botellas.
Así, una vez que determina esos valores puede sustituir los procesos por otros más limpios (energía renovable, envases biodegradables o más livianos y un sinfín de otras medidas de mitigación).
Estas prácticas de comercio internacional medio-ambiental tienden a generalizarse. Y en muy pocos años tendrán un impacto dramático en los pequeños productores que verán crecer las barreras no arancelarias para exportar sus productos.
Siendo un problema, también es una oportunidad de diferenciar su producción en un mercado extremadamente competitivo.
Los productos certificados como “verdes”, orgánicos, limpios tienen mucho mayor valor y son adquiridos por las clases más pudientes. Dejan mayores márgenes de ganancias para el productor, que con pequeñas escalas tiene igualmente alta rentabilidad.
Las empresas más grandes se atreven a cambiar
Grandes empresas como Wallmart están poniendo mucha energía en esto. Pequeños cambios en camiones de transporte como la reducción del tamaño de tanques de combustible, o la colocación de pollerines en los laterales duplica la eficiencia en el consumo de flotas.
La huella de carbono implica un proceso de “trazabilidad de emisiones”. Allí todo cuenta al igual que en un proceso de certificación orgánica ya mucho más aceitado por años de práctica. Por ejemplo, algunas industrias bajarán sus emisiones sustituyendo proveedores de sus materias primas por productores locales próximos a su planta de elaboración. Esto beneficiará a unos y perjudicará a otros.
La Certificación Ambiental
El proceso no es fácil ni hay consenso global sobre la metodología de medición. Por ahora la adhesión es voluntaria y se cuenta con algunos estándares parciales más o menos utilizados.
Pero están en estudio otro tipo de estándares internacionales. Como el de la ISO (International Organization for Standardization) o el protocolo GHG de gases de efectos invernadero que podrían cambiar las cosas si se llega a consensos generalizados.
En la medida que los países desarrollados comiencen a aprobar legislaciones obligatorias de etiquetado de productos veremos con mayor frecuencia que junto a las calorías de un producto aparezca su huella de carbono.
La huella de carbono y el sistema financiero
Los bancos y financieras crecientemente incluyen en sus requerimientos para el otorgamiento del crédito el análisis de sustentabilidad. Particularmente en los pequeños no como barrera para el otorgamiento sino como incentivo para mejorar sus prácticas. Existen países donde el estado financia la reconversión hacia energías renovables para aquellas empresas dispuestas a hacerlo. En otros casos se aplica también para la disposición de residuos, tratamiento de aguas, reconversión del empaque y todo lo que tenga un enfoque de conversión sustentable.
A instancias de la iniciativa privada se puede dar un gran cambio en el planeta. Con empresas que sin dejar de ser lucrativas puedan revertir sus procesos contaminantes para bien propio y del todo el ecosistema.